¿Lo importante es poder hablar? era el eslogan de una operadora de telefonía móvil hace algunos años. Era un buen reclamo en un momento en el que ofrecer buena cobertura era el gran caballo de batalla de las telefónicas. E hizo fortuna.
Pero la frase en sí misma es falsa.
Yo puedo hablar con un polaco muchas horas, pero si yo no entiendo el polaco y él no tiene ni papa de mi idioma, vamos mal.
También he estado en reuniones de comunidad de vecinos donde todos hemos hablado mucho y después de dos agotadoras horas y cuando la cara de la administradora es un puro a– o se ponen de acuerdo con la puta puerta del parking o juro que me tiro al Llobregat esta noche, entonces alguien pregunta: ¿al final, qué hay?
Hay otras más divertidas. Esa noche en que me hago el empático con una estupenda estudiante de veterinaria que advierte en mi entusiasmo una incontestable erección. No triunfo, como el lector podrá imaginar.
Podemos hablar mucho pero solemos quedarnos con lo que decimos y no siempre prestamos suficiente atención a lo que el otro entiende.
Los populismos políticos, ahora emergentes, con discursos dirigidos a crear emociones han sabido entenderlo. Los clubes de fútbol también saben apelar a las emociones y se centran en lo que va a captar su siempre fiel audiencia. Ya decía Lakoff que había que movilizar a los tuyos y no a los que nunca te van a votar, y hacerlo con mensajes que esos tuyos entiendan. No importa si lo que se dice es verdad, sólo importa crear la emoción, la estructura mental, el «marco». Es conocido su ejemplo: no pienses en un elefante que automáticamente nos hace pensar en elefantes. Las paradojas son inherentes a los simpáticos humanos.
Cuando Nixon apareció en la televisión y dijo «no soy un chorizo» consiguió que inmediatamente todos los americanos le vieran como un chorizo y no como un inocente monje franciscano. Él mismo creó el marco «chorizo». Tuvo que dimitir.
En cualquier comunicación hay ruido, como en el juego del teléfono en que uno le dice al oído una palabra que luego se pasa a otro jugador y al final la palabra «Contubernio» se convierte en una humilde «Chirimoya». Pero el error más común es no escoger el camino más limpio: escoger el canal adecuado, el lenguaje (los signos) comunes y los marcos que el receptor quiere asumir.
¿Quieres que tu interlocutor compre tu discurso? Piensa en él y no en ti. No le hables de la tecnología del coche que le quieres vender, céntrate en lo que pretende conseguir con el nuevo coche y no le digas cómo, sólo intenta que se lo imagine él mismo. ¿Te gusta conducir? (BMW), ¿El secador más caro del mundo? (VW Golf Cabrio) o ¿Siempre quisiste ser el más rápido? (VW Golf GTI, sobre una imagen de un espermatozoide llegando el primero al óvulo) son ejemplos de cómo crear un marco, una emoción. Y sin decir una sola palabra sobre el coche.
La comunicación necesita de lo mismo que un pase en el fútbol: ya puedes poner el balón en el sitio perfecto que si el jugador que lo ha de recibir no golea, la jugada el balón se pierde.
En OneProduccions y OneAdMedia lo tenemos claro y hacemos nuestra la frase de Frank Luntz: ¿Lo importante no es lo que dices sino lo que se te entiende?. Ahí está la clave oculta.